La docencia. Un placer incomparable.

 Ya hace unos siete años que vengo practicando la docencia en distintos puntos de la isla. Si duda es una de las satisfacciones más grande dentro del ámbito musical. Me siento realmente bendecido con la oportunidad de ayudar a los demás aprender a tocar el violonchelo. Un placer real. Es difícil explicarlo pero ver cómo evoluciona los alumnos y poco a poco van aprendiendo a interpretar y hacer música te sobre coge.
Nunca podemos bajar la guardia aquellos que enseñamos. Pues una clase mal dada, un día frustración transmitida puede hacer cambiar el placer de aprender del alumno. También creo en la disciplina, en el orden y en el trabajo bien hecho. Pero sin amor a lo que enseñas no podemos más allá del gesto hacer que tocas.
Hace falta mucha paciencia para enseñar. También algo de inteligencia emocional y como no pasión. Enseñar violonchelo es el mejor trabajo del mundo. Al menos para mí. Pues uno como profesor se siente siempre alumno. Y siempre está aprendiendo más de los alumnos que lo que podría uno imaginar.
Impartir clases es desarrollar la imaginación en todo momento, es percibir y transmitir. Una continua relación del que escucha y quiere ser escuchado.  Requiere tener claro que tendrás que repetir una y otra vez las mismas cosas. Que podrás equivocarte muy poco y si lo haces corregirlo rápidamente. Cómo también  no tener respuestas a todas las preguntas pero poco a poco ir encontrándolas de manera incansable. Sea alumnos adultos o niños  todos crean la curiosidad y el reto personal de mejorar la pedagogía. Pero las bases y los términos básicos para enseñar deben estar claros. Y tener puesto los objetivos con cada alumno. Lo mejor de dar clase es que cada alumno es un mundo diferente y se le debe enseñar de una manera diferente porque la percepción de cada uno y el desarrollo de su psico-motricidad será particular. Esto supone un esfuerzo individual que en otros sistemas educativos es imposible.

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